domingo, 8 de enero de 2017

Un as en la manga

En la última sesión del año montamos una timba en los locales de la Asociación ZOES.
La sesión del taller estuvo dedicada a las cartas, de ahí el título "Un as en la manga". Francisco de Quevedo, invitado a la partida, nos regaló unos versos del todo oportunos: "Este mundo es juego de bazas / que solo el que roba, triunfa y manda".
Hablamos del libro de Carles Cano "Cartes" y de diferentes poemas visuales de Joan Brossa, Chema Madoz y García de Marina.




Pero también hablamos del trabajo "La sota tuna. Los naipes como procedimiento de creación literaria y representación del caos" de Carlos González Sanz (Instituto Aragonés de Antropología) donde encontramos un romance que nos permite contar una historia con las figuras de la baraja española, así como la historia de "La baraja del soldado".
Disfrutamos, a continuación, con algunos poemas relativos a las cartas, como el que Pablo Neruda tituló "A la baraja":

Sólo seis oros,
siete
copas, tengo.

Y una ventana de agua.

Una sota andulante,
y un caballo marino
con espada.

Una reina bravía
de pelo sanguinario
y de manos doradas.

Ahora que me digan
qué juego, qué adelanto,
qué pongo, qué retiro,
si naipes navegantes,
si solitarias copas,
si la reina o la espada.

Que alguien mire y me diga,
mire el juego del tiempo,
las horas de la vida,
las cartas del silencio,
la sombra y sus designios,
y me diga qué juego
para seguir perdiendo.


Recordamos el trabajo que Leopoldo María Panero hizo en "El tarot del inconsciente anónimo" publicado por Valdemar. Y jugamos una partida con el "Juego de cartas" de Max Aub, una novela baraja de la que estudiosos como Julio Borrego Nieto, Jesús Fernández González, Luis Santos Río y Ricardo Senabre afirman en el libro "Cuestiones de actualidad en la Lengua Española" (Ediciones Universidad de Salamanca):

Pero existe un espléndido ejemplo de “novela interactiva” avant la lettre, anterior al desarrollo y la pujanza del orbe informático: Juego de cartas, de Max Aub, publicada hacia 1964. La obra se presenta como un conjunto de 104 cartas contenidas en un estuche de cartón. Carta tiene aquí el doble valor de “naipe” y “misiva”, porque, en efecto, cada carta “naipe” tiene al dorso una carta “misiva”. Es una novela epistolar acerca Máximo Ballesteros, muerto en circunstancias poco claras. Algunos autores de la cartas piensan que se ha suicidado; otros sospechan que ha muerto a manos de su mujer por un asunto de celos; el médico estima que se trata de un fallecimiento por trombosis. Los puntos de vista de los distintos firmantes acerca de Máximo Ballesteros difieren hasta extremos inconcebibles. Como se trata de un juego (`conjunto`) de cartas (`misivas`), pero las cartas son también naipes, se puede jugar, y el autor ofrece las reglas. Según la disposición con que vayan saliendo y disponiéndose las cartas después de barajarlas y repartirlas, aparecerá una silueta diferente del muerto. También aquí se pone en tela de juicio el principio de autoría y se concede al destinatario un papel relevante en la interpretación del texto, al mismo tiempo que éste aparece como un encrucijada de lecturas posibles. El autor explica cómo deben repartirse los naipes y añade: “Puede variar el juego desde el principio dando dos o tres cartas, a gusto de los jugadores, con la seguridad de que el resultado será siempre diferente”. Y remata: “Gana el que adivine quién fue Máximo Ballesteros”. Pero nadie ganará, porque la realidad es caleidoscópica y huidiza; o mejor, hay tantas realidades como perspectivas.



Dejamos aquí por último una baraja de poesía visual contra la violencia de género ilustrada por Edu Barbero:






Propuesta de escritura

En esta ocasión la propuesta de escritura fue doble. Así cada cual elige a qué le apetece más jugar:

1. Escribe un texto relacionado con alguna carta o algún palo de la baraja. También puedes mezclar diferentes figuras en una historia.
2. Imagina una timba de cartas que reúne a un grupo de gente. Las apuestas en la partida son importantes. Unos ganan y otros pierden. Pero no sólo se pierde la partida. Hay quien pierde la dignidad, quien pierde una joya de valor, un coche, una casa, una familia. Cuenta las circunstancias de un perdedor.


La sota de bastos

Desde mi lejana infancia, cuando casi era una obligación jugar una partida de cuernos con mis abuelos antes de irnos a dormir, la sota de bastos era la carta más misteriosa de la baraja. Su mirada perdida, un tanto retorcida hacia la derecha, el basto agarrado con la mano, listo para endilgar un mamporro al menos pintado, me producían cierta admiración .

Nombre femenino para un paje masculino, medias con la bandera de España y falda plisada muy ajustada a un cuerpo diez, capa a medio caer para poder mostrar su traje perfecto, rematado por un casco coronado por dos alas altaneras.

La recuerdo en sueños, abriendo la puerta para colarse en el cuarto donde sobre la mesa camilla nos pasábamos las 40 cartas de la baraja con el fin de rematar la jornada, para que poco a poco el sueño fuese haciendo mella en todos, especialmente en los mayores, vamos que era el orfidal de los años 60.

Es la sota de bastos la más ecologista y cercana de las cuatro, lejos de la prepotente de oros luciendo altanera su riqueza, la de copas muy dada a empinar el codo y la de espadas dispuesta en cualquier momento a la pelea con armas.

Antonio Castaño


El perdedor

A pesar de que era una persona muy trabajadora y responsable, no podía pasarse sin echar diariamente su partida de cartas con los amigos en el bar de la esquina. Hacía auténticos malabares organizativo-familiares, para sacarle un tiempo a la sobremesa y acudir puntualmente a su cita antes de continuar la jornada laboral vespertina.

Pero lo que en un principio era un hobby, con el paso del tiempo, se transformó en un vicio, donde poco a poco comenzó a correr el dinero, donde los primeros juegos inocentes de cartas dieron paso a otros donde el dinero era pieza fundamental del juego.

Ya no le bastaba con el rato de la sobremesa, ahora intentaba sacar huecos a su tiempo laboral y de ocio, para jugarse tanto el dinero que tenía como el que le hacía falta.

Sus ilusiones ganadoras, se fueron poco a poco truncando, aumentando sus pérdidas a velocidades demasiado vertiginosas, que provocaban con frecuencia agujeros en su vida diaria cada vez más difíciles de tapar a base de mentiras y entuertos.

Como suele pasar en las presas, si no se consigue taponar el agujero va creciendo, a nuestro personaje le fue creciendo la angustia, la ansiedad, hasta que una noche, bien entrada la madrugada , al salir de la sala de juego, habiendo perdido la poca dignidad que le quedaba, enfiló el camino hacia el río, donde puso fin a su sinvivir, tirándose al agua, apareciéndosele en el último momento la carta que toda la noche estuvo esperando.

Antonio Castaño


El Chirlindrín
Juego de cartas al amor del brasero

Sentados alrededor de la mesa camilla con los pies al brasero, juntos y muy apretaditos, abuelos, padres y nietos pasaban las festivas y frías tardes invernales jugando al Chirlindrín.

En la cocina flotaba la admiración y el asombro infantil ante los trucos de magia que les hacía el abuelo con la vieja baraja de Heraclio Fournier.

De entre los numerosos juegos era el del Chirlindrín el que más les gustaba. Repartidas las cartas y sin poder mirarlas, cada uno iba tirando boca arriba y en orden correlativo a como estaban acomodados: As, Dos, Tres, Cuatro…Atentos y expectantes, con los ojos bien fijos en el naipe, cada uno esperaba que su carta no fuera la que ordinalmente correspondía. De ser así, si el siguiente seguía con la suya era él quien cargaba con todo aquel montón, comenzando de nuevo entre risas, entusiasmo y nerviosismo. Aquellos que conseguían desprenderse de todas sus cartas se libraban con ello de ser el destinatario de toda la retahíla de dichos, pellizcos, cosquillas y palmotazos que caían sobre el que finalmente acababa teniendo en sus manos la baraja completa. Una oportunidad podía aún librarle de las “pitiminadas” y los pequeños palmoteos en piernas, brazos, culo y espalda. Para ello tenía que adivinar las dos cartas que uno de los jugadores dejaba asomar, una por arriba y otra por abajo, de entre las cuarenta.

La emoción se mascaba en el ambiente.

- Copas por arriba (era el cinco) y espadas por abajo (era el caballo).

Solía ser difícil librarse de tan inocente paliza. Con voz dudosa el otro respondía:

- La sota de copas. ¡No! Ja, ja, ja, ja, ja…
- El dos de espadas. ¡Tampoco! ¡Te damos el Chirlindrín!

¿Hasta qué carta pides? – Hasta el As de Oros.

Acomodándose encima de la mesa, o sobre las rodillas de alguno de los mayores, comenzaba la lluvia de golpecitos sobre el perdedor. Sin mirar las cartas se iban sacando, una por una, hasta llegar a la que el sufridor había elegido. Cuando esa carta aparecía, tenía que arrebatar las que quedaban al que tenía la baraja en sus manos. Solía ser casi imposible seguir dándole el resto al otro, pues sólo asomar dicha carta, éste se desprendía del pequeño montón como si las cartas quemaran cual tizón del brasero.

- As: ¡Una pitiminada.! (Pequeño tirón de pelo en la zona de las sienes o patillas).
- Dos: ¡Ooos! ( Se levantaban las manos sin poder acercarlas al “reo”).
- Tres: “Tres terrestre, a la puerta llaman. Sal a ver quién es. Es tu novio-a , que te viene a ver, con la pandereta y el almirez. ¡Que retumbe bien!.”
- Cuatro: ¡Un sopapo!
- Cinco: ¡Un pellizco!
- Seis: ¡No deis!
- Siete: ¡Un cachete!
- Sota: “Sota, marota, no cagues a mi puerta, que está mi abuela mala y no gana “pa” escobetas.
- Caballo: “Caballo, caballero, con capa y con sombrero. Cuenta las estrellas que hay en el cielo y un lucero.”
- Rey: “Rey reinando por las montañas, tirando pedos en una caña. Tantos se tiró, que reventó.”

Y así, las noches dominicales del invierno, esta era una hermosa manera de disfrutar, aprender, compartir y crecer entre mimos y carantoñas, retahílas y juegos que hacían de nuestra infancia la etapa más feliz de nuestra vida.

Sonsoles Palacios V.

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