miércoles, 18 de noviembre de 2015

Ser urbano

La sesión del viernes, 30 de octubre, la dedicamos a la ciudad, de ahí el título "Ser urbano".
Las ciudades están llenas de personajes de leyenda, de personas que dejaron huella y se resisten al olvido convertidos en busto, escultura o medallón, personas significativas o pintorescas, anunciantes clasificados, protagonistas de sucesos, miles de ciudadanos anónimos. Detrás de cada uno de ellos hay una historia real y muchas otras ficticias. Algunas ya han sido escritas, otras aún están por escribir. Son estos ciudadanos, los anónimos, a los que vamos a referirnos y en los que vamos a poner la vista y las palabras.
Ser urbano es un taller que reflexiona sobre el ser humano y urbano, y todo lo que conlleva vivir en la ciudad.



Propusimos varias tareas de escritura.

1. Escribe sobre la imagen de una pared una consigna política, una declaración de amor, un pensamiento o un desahogo. La propuesta está tomada del libro "Manual de recreo" de Bruno Gibert (Editorial Thule). El autor deja claro que "Queda permitido por ley escribir sobre estas paredes". Mostramos aquí lo que escribió Antonio Castaño:



En esta pared blanca quisiera escribir todos mis sueños y hacerlos realidad.
Que todos los amaneceres traigan de la mano la paz.

Antonio Castaño


2. Lee con atención los nombres extraídos de las páginas blancas de Salamanca que conforman la siguiente lista. Detrás de cada uno de ellos hay una historia anónima y numerosos equívocos, anécdotas y situaciones curiosas. Elige uno, o varios y escribe un texto que refleje la vida o un episodio del personaje elegido. Dejamos aquí el texto que escribió Antonio Castaño:

Aquel día como de costumbre Ángel Recio abrió su peluquería con media hora de retraso, allí le esperaba su cliente Guerrero Bravo con sus cuatro pelos erizados por la rabia contenida por tanta tardanza. No se saludaron, se miraron de reojo para iniciar su dosis mensual de acalorada discusión. Después de recias embestidas y bravos arranques, Ángel Recio una vez más cogió su estoque (tijeras), rematando una vez más, la faena con decoro.

Y aquí otro texto, en este caso de PEB, titulado "Diez Amores tiene mal de amores":

Era una bonita mañana de primavera y Segundo Diez Amores un hombre joven de ciudad, que estaba pasando unos días de vacaciones en el pueblo de sus abuelos, había dormido poco y mal pensando en Linda Viuda de Casado; el único amor que había tenido en su vida y que le había dejado plantado recientemente. Haciendo acopio de la poca voluntad que últimamente le acompañaba, decidió tras un breve desayuno, dar un paseo por el campo donde el aire fresco de la mañana y el alegre trino de los pajarillos tal vez lograran sacarle de aquel semicatatónico estado en el que últimamente se hallaba sumido.

A pesar de que su casa estaba situada a las afueras del pueblo y desde allí podría haberse dirigido directamente hacia campestres caminos, decidió ir en dirección al río y cruzar por ello varias calles pensando que a tan temprana hora no encontraría a nadie transitando por ellas. Necesitaba estar completamente solo y en contacto con la naturaleza. Necesitaba pensar y replantearse su vida.

Sin embargo, apenas hubo cerrado la puerta, apareció Modesto Barrio Bobo quien había quedado en encontrarse con Narciso Calle Hermosa que vivía desde niño, en un callejón cuya única salida iba a dar casi puerta con puerta con la suya.

Modesto estaba también tristón por aquel entonces, debido a que Augusto Guerrero Bravo, que siempre había sido un mosca muerta, había logrado conquistar y "robarle" a base de tesón y poesía a Amor Escolar, su novia de toda la vida.

Modesto y Narciso eran amigos casi desde su nacimiento y, curiosamente ambos hacían honor a sus nombres. Modesto, era modesto y algo descuidado en su aspecto a pesar de ser bastante guapo e inteligente en comparación con Narciso, el cual era un “narciso” que solía verse a sí mismo muy bien parecido y gustaba de pararse, mirarse al espejo y echarse a sí mismo algunas flores. Pero es de justicia decir que tenía también sus corazoncito y, al igual que su amigo de siempre para él; él tenía para Modesto reservado un rincón muy especial en aquel. Y poseía otra virtud muy útil para los momentos tristes. Era capaz de hacer reír a un muerto cuando se lo proponía y aún sin proponérselo porque la vida, como él mismo decía, a veces de por sí, tiene su guasa.

Por ello, a pesar de que había trasnochado y era domingo, no dudó en madrugar y, en el mismo sitio y a la misma hora, coincidió Diez Amores con Barrio Bobo y Calle Hermosa.

Narciso que salió por la puerta de su casa como un pimpollo y con una energía que no da ni el colacao, saludó a su alicaído amigo con una jovial palmada en la espalda y a Segundo con un apretón de manos que casi lo coloca el primero en la cola de urgencias del hospital más cercano. Tras sobreponerse a tan efusivo saludo, Diez Amores intentó dejarles solos, pero tanto Modesto como Narciso que no habían planeado ir a ningún lugar concreto, insistieron en acompañarlo hasta el río. De modo que los tres emprendieron ruta. Narciso muy animado, los otros dos, algo cabizbajos.

Atravesando el pueblo, vieron que el párroco, Don Santos Rincón de Dios ya estaba tomando el fresco de la mañana apaciblemente sentado en un machadero próximo a la ermita, junto con la beata Esperanza Parra Santa y el sacristán Plácido Escudero Mañoso. Ambos saludaron y preguntaron si habían visto a Tomás Moro de la Iglesia y a Inocente Borrego de Dios, los monaguillos que tenían que ayudar ese día en misa. El cura aprovechó para indicar a Segundo, Modesto y Narciso que no se alejaran mucho y fueran puntuales que el tema del sermón del día sería el amor. Todos asintieron y se miraron divertidos mientras proseguían su camino.

Un poco más adelante respondieron también al apresurado saludo del cabo Casto Teniente Churro que iba en una vespa junto a Avelino Palomo Lagunero, recientemente incorporado al cuartel del pueblo y, que se encontraba en él como en la gloria, pues tras haber sufrido burlas varias y constantes por sus apellidos desde pequeño, en la capital; allí pasaba desapercibido por esta cuestión. Ambos iban persiguiendo a Honorio Negro Ferrari y a Abelardo Tocino Prieto que corrían como alma que lleva el diablo porque el señor Ángel Recio y Santo Carnicero les había pillado corriendo detrás de sus gallinas, las únicas que quedaban ya en el pueblo, y había avisado a la Benemérita.

A medida que avanzaban, iban tornándose en elegre el humor de Diez Amores y Barrio Bobo. Y Calle Hermosa, a quién no se le escapaba una, aprovechó la ocasión para llamar a la puerta de Amador Leite Pascual e instarle a que les acompañara también. Amador era más amante del orujo que de la leche y antes de salir, les ofreció un traguito que los otros aceptaron por cortesía y porque iba acompañado de unas perrunillas que hacía su madre y que dejaban sin sentido.
Era Amador un juerguista natural y junto con Narciso, ya en el camino del río empezaron a bromear sobre los curiosos apellidos que todos tenían en el pueblo, y al saber que también Diez Amores sufría como Barrio Bobo, mal de amores; empezó a contar algunas anécdotas relacionadas que hubieran dado buena cuerda para una película.

Fue así como Modesto se enteró de que Ronaldo Macarrilla Franco siempre había sido en su etapa escolar, blanco de las burlas de Paco Mier de Cilla, porque jugaba fatal al fútbol y alguna vez llegó a meter gol en su propia portería.
También de que Pepe Lotudo había andado detrás durante mucho tiempo de Ana Tomía pero que ésta, finalmente decidió casarse con Cojoncio Lucas Trado, lo que supuso un duro golpe para Pepe, del cual se recuperó, meses más tarde, al enamorarse perdidamente de Debora Dora de Cabezas, con la que se casó poco tiempo después de que Cupido hiciera blanco con su flecha en los pechos de ambos.
Y, ¡cómo no!, de la sonada historia del hijo de aquella primera familia hispano marroquí que se instaló en el pueblo; Omar Icón, quien tras mantener dos tórridos y comentados romances con Lucila Tanga y Presentación de Piernas respectivamente; terminó diciéndole el "Sí, quiero" ante Don Santos Rincón de Dios y toda la población de la villa y de los alrededores, a la ya dos veces viuda, Blanca Viuda de Inocente...

Entre esas y otras historias, ya de por sí con su "miga", y la guasa con la que las contaban Narciso y Honorio; tanto Segundo como Modesto fueron olvidando las penas que les hicieron salir tristes de su casa hacía rato y llegada la hora de la comida, sin haber reparado en que se habían perdido el recomendado sermón del amor en misa; volvieron al pueblo con la intención de repetir los paseos cada vez que se presentara la oportunidad.

Diez Amores ahora tenía más que diez increíbles historias en memoria.
Tras unos días en el pueblo de su abuela, en contacto con los prados, montañas y flores y con las gentes del lugar; volvía a ver el lado bueno de la vida. Y fue así como volvió con renovadas energías a su aburrido trabajo en la ciudad, prometiéndose que algún día lo cambiaría por alguno que le permitiera estar más en contacto con la Naturaleza, quizás en el pueblo de sus abuelos...

3. Hay listas de la compra que sugieren muchas historias. Trata de escribir la tuya relacionando los productos del ticket de la compra que te adjuntamos:

A la chica que lo atendía le surgió un imprevisto a última hora, por lo que aquel día se vio solo y desamparado. Se las arregló como pudo con su cayado, deambulando por la casa apoyado en las paredes. Una vez que se equilibró, le echó valor a su situación, decidió afeitarse. Cogió las hojillas de afeitar, haciendo un esfuerzo consiguió amarrar su pulso para rasurar su cara sin dejar una huella cortante.
Una vez aseado, decidió cómo organizar la comida. Al abrir la nevera se encuentra con un cuarto de kilo de morcillo. Como hacía bastante tiempo que tenía prohibido el acceso a los cuchillos por sus arrebatos asesinos, encuentra un destral con el que filetea gruesamente el morcillo, salpicando suelo y paredes con la sangre que aún estaba fresca dentro de la carne
Para evitar tentaciones, respiró hondo, se tranquilizó cogió el estropajo no dejando huella de su aventura.

Antonio Castaño


4. Escribe tu propio anuncio por palabras.  Puedes comprar, vender, alquilar, regalar, subastar o contratar lo que quieras.

Vendo bicicleta llena de historias en sus ruedas. Muy apta para viajeros que sueñen.
Se vende burro bien enseñado.
Se traspasa almacén de drogas en avenida con mucho tráfico. Excelente oportunidad de negocio.

Antonio Castaño



5. Escribe tu propio epitafio o, si eres supersticioso, uno ajeno, pero antes toca madera de caja de pino

Siempre le encantó caminar con el viento de cara.

Antonio Castaño


Y aquí otro repertorio de textos escritos por componentes del taller pero que no están sujetos a ninguna tarea marcada:


Ir y venir por la ciudad

Al llegar del pueblo a la ciudad
produce gran ansiedad:
todo se mueve sin parar,
unos vienen y otros van
deambulan, vienen y van,
otros van sin saber dónde irán.

¿Qué decir de los que llegan
y no dejan de parar?

La ciudad se mueve como el mar
olas de peatones se desplazan al compás
de semáforos, y policías al silbar.
Por las aceras van y vienen sin mirar,
unos te adelantan y te dejan atrás,
otros apenas caminan y no dejan pasar,
están los que te ayudan a nadar en la ciudad,
los que no cumplen normas,
los que disfrutan de la ciudad,
los que tienen prisa,
los que se echan unas risas,
y cómo no
aquellos que vienen y no volverán.

Antonio Castaño


Las ventanas

Las contemplo desde el privilegio que da la altura, a la caza de algo que llevarme a los ojos. Como un ojeador.
Ahí están ellas, sugerentes y generosas, regalándome información: Las hay recatadas, veladas a los ojos del observador,  otras se muestran casquivanas, sin pudor; estas me regalan los horarios y hábitos de sus dueños, a qué hora se acuestan, qué comen, que leen...
La mujer del quinto compra ajos por San Pedro, los cuelga, protegidos de la lluvia y el sol; de vez en cuando la veo asomarse con su delantal impoluto, se empina y alarga la mano para robar unos dientes a la cabeza, que ha elegido con cuidado.
Unos minutos después, oigo el sonido machacón de un mortero. Casi puedo percibir el olor del guiso.
Los estudiantes del tercero sacan un colchón a la terraza los días soleados de otoño. Abren unas cervezas y acercan la llama del mechero a un porro, que antes han liado con el mismo esmero de quien hace una obra de arte.
Me gusta contemplarlas cuando llega la noche, y, las casquivanas me cuentan que hacen los habitantes a última hora del día: Algunos vecinos se tumban sobre el sofá, levantando los brazos al cielo. Están pidiendo que el sueño dure hasta el alba.
Otros abren un libro, después de completar el ritual del lector, preparar asiento cerca de una mesa donde apoyar libreta, lápiz, alguna bebida y algún cigarrillo ¿Por qué no?
Y, qué deciros de esas ventanas madrugadoras, abiertas de par en par. Me gusta observar como sus dueños las someten a una limpieza casi quirúrgica, quitan polvo y telarañas para pulverizarlas con algún líquido, que seguro es tóxico, pero las dejan transparentes, después de pasar una mano secadora con la misma rapidez que lo haría un robot; a continuación las abren y cierran para observar que ni una mota de polvo impedirá a la luz su viaje.

Mariana Galán

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