lunes, 5 de junio de 2017

Bestiarios. Seres extraños de la "a" a la "z"

La sesión del último viernes la dedicamos a los Bestiarios, esos compendios de bestias (reales, mitológicas o de ficción) que interesan al naturalista, al ilustrador (o iluminador), al científico, al explorador, al aventurero y al escritor
Hablamos de El libro de los seres imaginarios de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, de Julio Cortázar y su particular Bestiario, lleno de seres cotidianos; de Juan José Arreola y su libro El gato de Cheshire; de Juan Perucho y su Bestiario Fantástico; de Lovecraft; de OPS; del poeta Ángel García López; de Pablo Neruda y del Bestiario-haiku de José Juan Tablada, entre otros.
Hablamos también de los volúmenes naturales de la Edad Media y de la relación de los bestiarios con la literatura y arte cristianos de occidente.
Hicimos una primera tarea, a partir del Bestiario de Adrienne Barman, de la editorial "El zorro rojo", un libro original con una acertada clasificación de las familias de animales.
Cada participante del taller abrió el libro y eligió un animal sobre el que tuvo que escribir un breve texto.


Nos detuvimos un instante en un magnífico libro, con un prólogo surreal y onírico firmado por Jean Fugére. Se trata del Bestiario de Stéphane Poulin:


Dejamos aquí un pequeño repertorio de textos. "El ave fénix" de Borges y Guerrero y "Caos y creación" de Enrique Anderson Imbert:

El ave fénix

En efigies monumentales, en pirámides de piedra y en momias, los egipcios buscaron eternidad; es razonable que en su país haya surgido el mito de un pájaro inmortal y periódico, si bien la elaboración ulterior es obra de los griegos y de los romanos. Erman escribe que en la mitología de Heliópolis, el fénix (benu) es el señor de los jubileos, o de los largos ciclos de tiempo; Heródoto, en un pasaje famoso (II, 73), refiere con repetida incredulidad una primera forma de la leyenda:

Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis, sólo viene a Egipto cada quinientos años, a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mole y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mí poco dignos de fe, no emitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al Templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren.

Unos quinientos años después, Tácito y Plinio retomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo investigó la cronología del fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la Luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los Oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en todos sus detalles, por repetirse los influjos de los planetas; el fénix vendría a ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo principio.

Los años simplificaron el mecanismo de la generación del fénix, Heródoto menciona un huevo, y Plinio, un gusano, pero Claudiano, a fines del siglo IV, ya versifica un pájaro inmortal que resurge de su ceniza, un heredero de sí mismo y un testigo de las edades.

Pocos mitos habrá tan difundidos como el del fénix. A los autores ya enumerados cabe agregar: Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno, XXIV). Shakespeare (Enrique VIII, V,4), Pellicer (El Fénix y su Historia Natural), Quevedo (Parnaso Español, VI), Milton (Samson Agonistes, in fine). Mencionaremos asimismo el poema latino De Ave Phoenice, que ha sido atribuido a Lactancio, y una imitación anglosajona de ese poema, del siglo VIII. Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de Jerusalén han alegado el fénix como prueba de la resurrección de la carne. Plinio se burla de los terapeutas que prescriben remedios extraídos del nido y de las cenizas del fénix.

Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero. El libro de los seres imaginarios.


Caos y creación

Al mundo le faltaba una criatura que pudiera consolar a todos. Entonces los hombres crearon a Dios. Sea que lo concibieran pensando en sus mejores sueños o, al contrario, que lo modelaran con el barro de la naturaleza y siguiendo las líneas del miedo, lo cierto es que Dios salió con figura humana.
Ya el mundo estaba completo: tenía Dios.
Las bestias, con la cabeza baja, siempre miraban hacia el suelo; los hombres, con la cabeza alta, a veces miraban hacia el cielo. Hacia dónde miraba el Dios recién inventado nadie lo pudo saber. Solo, muy solo, se quejaba de que, después de hacerlo tan parecido a los hombres, lo desterrasen sin embargo lejos de los hombres; y paseaba por los baldíos del cielo preocupado por la posibilidad de que un buen día, por inservible, los hombres lo deshicieran.

Enrique Anderson Imbert. El gato de Cheshire


Propuesta de escritura

Cada participante del taller abrió el libro "Bestiario" al azar con el objetivo de escribir acerca de una bestia real y así conformar un bestiario colectivo.

Y estos son los trabajos recibidos hasta hoy (si llegasen todos los textos los organizaríamos, después, por orden alfabético, de momento los incluímos en el blog por orden de llegada):


La Babirusa: una Barbi rusa

La babirusa es un animal al que se ha echado encima, de golpe, la reconversión, motivada por la llegada al poder en EEUU de las barbies.

A pesar de tener una tarea complicada para reconvertirse en una “barbi rusa” (babirusa), es de reconocer que este simpático animal, habitante de los bosques siberianos, ya lleva muchos años haciendo grandes esfuerzos para imitar a las barbies americanas, haciendo honor a su nombre.

A pesar de tener que soportar los fríos polares, ha ido depilándose poco a poco, consiguiendo lucir ya un cutis bastante fino, sobre el que la nieve resbala, suavizando aún más su piel. Este esfuerzo depilatorio, le ha llevado a alejarse definitivamente de su familia de jabalíes, de largas greñas ásperas y desordenadas, que esconden una piel de lija.

Ha abandonando la babirusa sus andares de cerdo, con la mirada puesta en el suelo, buscando siempre terreno para hozar. A medida que dejó de mirar al suelo, alzando la vista, su cuello y su figura han comenzado a estilizarse de tal manera, que sus patas y especialmente su cuello recuerdan a las jirafas en sus primeros estadios evolutivos.

Sus pezuñas lustrosas, compiten ya claramente con los tacones de aguja de esas barbies americanas, que han conseguido llegar al poder político de qué manera, y ahora, cosas de la política populista, intentan ser uña y carne de los rusos. Ello ha obligado a la babirusa, a desarrollar desde el pasado otoño una trepidante (trumpdante) actividad: gimnasio, sauna, visita al esteticien, nutricionista,…con el fin de estar bien preparada ante la llegada a Rusia de las barbies americanas. De esta forma, pretende colocarse bien en la parrilla de salida, teniendo más oportunidades para el triunfo.

De momento, ya se atreve a hacer incursiones nocturnas en los extrarradios de las grandes ciudades para ir entrenándose a la nueva forma de vida a la que está llamada en fechas muy próximas. La Plaza Roja aún tendrá que esperar, pero por su cabeza, le ronda la idea de que pueda ser llamada a la recepción de la gran barbie americana en su próxima visita a Moscú.

La babirusa espera estar a la altura y a las maduras.

Antonio Castaño Moreno


Las bestia punzante

Lo vi por primera vez al lado del abrevadero, antes de coger el camino que se adentra en el hayedo.

Siempre contaban que si lo veías, en tu piel comenzaban a aparecer púas y llegaba un momento en que sólo tu cara y tus pies conseguían escapar del armazón puntiagudo. A partir de ese momento, todos te repudiarían durante siglos. Eran leyendas de viejos.

Aquella tarde me distraje recogiendo las últimas moras de la temporada. Los días eran más cortos. Asique inevitablemente para poder atajar y llegar antes de que anocheciera, tuve que coger el sendero que bordeaba el bosque. Desde pequeño nunca me dejaban ir por allí a aquellas horas, pero yo no tengo miedo a nada y menos a antiguos cuentos.

Cuando lo vi me sorprendió su tamaño. Grande como un jabalí adulto. Tenía la cara aplanada con forma de embudo y esos dos enormes ojos grises brillantes que me cortaron la respiración. Me quedé paralizado. Sus enormes púas caían en cascada hacia los lados. Era muy diferente a los erizos peinados hacia atrás.

Sus pinchos se estiraron ante mi presencia y su tamaño se multiplicó por cuatro. Parecía una bestia llegada de lo profundo del bosque para arrasar con todo.

Sin embargo, lo que ocurrió fue muy distinto. Sus ojos quedaron fijos en mi silueta inmóvil. Mi miedo apretó las moras que llevaba aún en las manos tiñendo de rojo toda mi ropa. Se acercó con lentitud a la vez que sus pinchos se relajaban uno por uno sobre su enorme cuerpo, como peinándose.

Se acercó a mi oreja izquierda y me olfateó con su extraña nariz de embudo. No emitió ningún ruido animal, solo un susurro en un idioma extraño. De repente su carcasa se volvió transparente, dejando ver un bello cuerpo de mujer con un rostro perfecto de ojos grises y un pelo largo oscuro, del color de las púas que antes ocultaban su verdadera identidad. Se internó deprisa en el hayedo, caminando elegante sobre la hojarasca.

Me quedé paralizado. Hechizado por ese ser acorazado que me dejó ver su verdadera alma.

Una de sus púas se había clavado en mi brazo izquierdo cuando se aproximó. La arranqué y la sangre brotó recordándome la mala suerte que tenía por ser de este mundo.

Decidí esconder la púa en el bosque, no quería compartir ese maravilloso secreto con nadie. Y regresé a casa, deseando que fuera cierta la leyenda para convertirme en una bestia punzante y salir corriendo a buscarla entre la maleza.

Llegué a casa directo a mi cama, mi abuela no insistió en que cenara. Debió ver mi piel fría y mi mirada perdida. Esa noche soñé con ríos, árboles y ojos grises, en una madrugada de sudor y sábanas enrolladas.

El primer rayo de sol se reflejó en mi brazo izquierdo y sólo había una herida con forma triangular. Nada de púas ni reflejos extraños frente al espejo. Seguía siendo yo, un muchacho de pueblo sin nada mejor que hacer que pasar sus últimos días de verano en casa de su abuela.

Pero si hubo algo que cambió, algo que no contaba la leyenda de los ancianos. Algunas noches mi cicatriz se volvía dorada y ella aparecía en mis sueños. Me llevaba de la mano al interior del hayedo y pasábamos la noche juntos entre risas, caricias, besos y conversaciones en su idioma misterioso.

Cuando el sol devolvía a su cuerpo la coraza, yo despertaba. Y volvía a desear que aquel cuento del pueblo fuera cierto y poder pasar el resto de mi vida a su lado. Aunque fuera, lleno de púas.

Sara Diego 


Gorg, el gorgojo jirafa

Gorg era el mayor de los gorgojos de esa especie endémica de Madagascar perteneciente al orden de los coleópteros. Su verdadero nombre era Trachelophorus Giraffa y aunque podría pensarse que le gustan los tranchetes prefiere las hierbas con las que se alimenta y disfruta. Aunque no sufre de alucinaciones, sí alucina en colores cada vez que, tras una nueva batalla, sale vencedor por la línea de meta con su nuevo rollito: la hembra que le pone aún más colorado que los élitros rojos que cubren sus alas. Su cuerpo diminuto y negro viste hoy de gala con su nueva levita. Se sabe todo un dandi entre las muchas hembras que admiran, como si de mujeres Padoung se trataran, ese su hermoso y largo cuello, dos ó tres veces mayor que el de ellas.

Sexualmente dimórfico se distingue de los escarabajos por ese primer par de alas membranosas sobre su espalda, aunque nunca usa paracaídas.

Gorg era el más enrollado de todos los machos. Aquella mañana Gorgina acababa de tener un rollito con él y aún estaba sonrojada por ello. Haciendo múltiples incisiones en las hojas, Gorgina preparaba con mimo la que luego sería la cuna primeriza de sus roji-negros retoños. Volcada como estaba en los quehaceres de su nido, no fue consciente del abandono del lecho conyugal de su pareja. Gorg, como el verdadero truhán y vividor que era, paseaba a sus conquistas como si de un afamado pase de modelos se tratara.

Inmerso en un mundo de hierbas y alucinógenos, de lujos y de excesos, al mal bicho que fue, alguien, aquella madrugada le cortó el rollo.

Sonsoles Palacios Vaquero

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