Las palabras "asombro", "emoción", "risa", "ilusión" y "miedo" son comunes a estas disciplinas artísticas. Lo saben bien los amantes de todos los escritores que hacen malabares con las palabras y que se pasean por la cuerda floja de la imaginación en sus historias.
Hablamos de la maravillosa película "El circo de las mariposas" del director Joshua Weigel, todo un ejemplo de superación:
Y comentamos el excelente número de cuerdas (skiping rope) del espectáculo "Quidam" del Circo del Sol:
Dejamos aquí algunos de los textos que formaron parte de la ficha de trabajo. El primero de Leopoldo María Panero y el segundo de Eliseo Diego:
El Circo
Dos atletas saltan de un lado a otro de mi alma
lanzando gritos y bromeando acerca de la vida:
y no sé sus nombres. Y en mi alma vacía escucho
siempre]
cómo se balancean los trapecios. Dos
atletas saltan de un lado a otro de mi alma
contentos de que esté tan vacía.
Y oigo
oigo en el espacio sonidos
una y otra vez el chirriar de los trapecios
una y otra vez.
Una mujer sin rostro canta de pie sobre mi alma,
una mujer sin rostro sobre mi alma en el suelo,
mi alma, mi alma: y repito esa palabra
no sé si como un niño llamando a su madre a la luz,
en confusos sonidos y con llantos, o bien
simplemente]
para hacer ver que no tiene sentido.
Mi alma. Mi alma
es como tierra dura que pisotean sin verla
caballos y carrozas y pies, y seres
que no existen y de cuyos ojos
mana mi sangre hoy, ayer, mañana. Seres
sin cabeza cantarán sobre mi tumba
una canción incomprensible.
Y se repartirán los huesos de mi alma.
Mi alma.
Mi hermano muerto fuma un cigarrillo junto a mí
Riesgos del equilibrista
Allá va el equilibrista, imaginando
las venturas y prodigios del aire.
No es como nosotros, el equilibrista,
sino que más bien su naturalidad comienza
donde termina la naturalidad del aire:
allí es donde su imaginación inaugura los festejos
del otro espacio en que se vive de milagro
y cada movimiento está lleno de sentido y belleza.
Si bien lo miramos qué hace el equilibrista
sino caminar lo mismo que nosotros
por un trillo que es el suyo propio:
qué importa que ese sendero esté volado
sobre un imperioso abismo si ese abismo
arde con los diminutos amarillos y violetas,
azules y rojos y sepias y morados
de los sombrerillos y las gorras y los venturosos
pañuelos de encaje.
Lo que verdaderamente importa
es que cada paso del ensimismado equilibrista
puede muy bien ser el último de modo
que son la medida y el ritmo los que guían
esos pasos.
La voluntad también de aventurarse
por lo que no es ya sino un hilo de vida
sin más esperanza de permanencia
que el ir y venir de ayer a luego,
es sin duda otra distinción apreciable.
Sin contar que todo lo hace por una gloria tan efímera
que la misma indiferencia del aire
es por contraste más estable, y que no gana
para vivir de los sustos y quebrantos. El equilibrio
ha de ser a no dudarlo recompensa
tal que no la imaginamos
¡ADELANTE!
decimos al equilibrista, retirándonos
al respaldo suficiente de la silla
y la misericordiosa tierra: nosotros
pagamos a tiempo las entradas y de aquí no nos vamos.
Dejamos aquí, por último, información sobre el libro Fenómenos de circo de Ana María Shúa. La autor explica en un vídeo el porqué de este libro. Y aquí tenéis un extracto:
Propuesta de escritura:
Escribe un texto (relato, poema, microrrelato) sobre el circo. Trata de sacar alguno de los personajes de la carpa y cuéntanos cómo es su vida más allá de la pista.
Y estos son algunos de los trabajos recibidos:
Adiv
Adiv era el vivo retrato de la felicidad suprema. La vida le había puesto a prueba desde el minuto cero de su reloj biológico. Nació doblemente desmembrado pero, aún así, llenó toda esa ausencia con su hermosa sonrisa. Superaba diariamente el reto de la vida. El ser tan diferente por su aspecto le hizo crecer valorando, conscientemente, todo aquello que poseía: El Amor, la ternura, su límpida mirada y una enorme generosidad.
Sufrió desde pequeño de todos los reveses: mofas, burlas, bromas de muy mal gusto e ironías…
¡Qué ironía es ya la Vida! Adiv trabajaba en un circo y era, de todos, el mejor Freak del mundo. Su actuación era siempre la más esperada y aplaudida. Su carácter jovial y su personalidad tan resiliente le habían hecho ser admirado y querido por grandes y pequeños.
Su cuerpo nunca fue ni cárcel ni orfanato. Vivía como el caballo que pasa del trote al galope saltando cada obstáculo sin flaquearle las fuerzas.
Hoy regresaba pletórico a su casa donde espera impaciente su muy amada esposa junto a su hijo pequeño al que ya le han salido algunos dientes. Ellos son los únicos espectadores de la que siempre es su mejor actuación: Vivir siendo Feliz con los que tanto ama.
Adiv, al igual que su nombre, es esa Vida misma que muestra cada día su mejor cara.
Sonsoles Palacios Vaquero
Los relojes marcaban las cinco
(Texto escrito con las palabras: reloj, panadera, toro, cárcel y heridas)
Eran las 5 de la mañana cuando sonó su despertador, cuando la panadera estaba llamada a enfrentarse a su madrugadora jornada laboral.
Doce horas más tarde, el reloj marcaba las 5 en punto de la tarde, la hora en la que el toro que estaba aguardando en el chiquero, su cárcel, debía enfrentarse a una funesta jornada, en la que las heridas hechas a plazos, a degüello, acabarían con su vida.
Salió a hombros la panadera horneando un pan que saborearon los espectadores viendo cómo el toro terminaba su vida moribundo, arrastrado por dos mulillas.
Antonio Castaño
El domador domado
Supo que sería domador, el día que su abuelo lo llevó por primera vez al circo instalado en las eras del pueblo. Era un humilde circo ambulante, con muy pocas atracciones, pero para él fascinante.
Cuando el domador sacó al viejo león, domado más por los años, que por él y pidió voluntarios para participar, su corazón se puso a mil revoluciones. Debieron ser sus ojos saltones la papeleta para que le tocase la lotería, pues el domador al final lo eligió para actuar.
Era un niño, tranquilo, bastante tímido, al que no le gustaba ser protagonista, pero su amor y pasión por los animales, fue mucho más fuerte, lanzándolo como un resorte hacia la pista.
Nada más traspasar la puerta, sintió cómo se llenaba de una energía especial, transformándolo en un niño distinto, más parecido a aquellos compañeros altivos y chulescos de la escuela. El domador lo subió encima del viejo león, dándole una vuelta triunfal a la pista.
Sus paisanos le aplaudieron a rabiar, desde ese día solo pensó en dedicarse a domar fieras y trabajar en el circo. Como era un chico disciplinado y trabajador, pronto consiguió su sueño, haciéndose domador de leones y tigres, actuando en los circos más importantes.
Igual que la primera vez que se transformó al entrar en la pista, su carácter se tornaba en agresivo, voceaba enérgicamente, restallaba el látigo con curvas de vértigo, su cuerpo se hinchaba parecía más atlético, su éxito le alimentaba su ego, que iba creciendo día a día, llevándolo a ser un domador excesivamente vanidoso.
También al principio, fuera de la pista cambió su carácter, pero a medida que fueron pasando los años, la ternura y el cariño de su familia fueron domando al domador enérgico y altivo de dentro de la pista, habiendo cada vez más diferencia entre sus dos vidas Cuando terminaba su jornada laboral, dejaba tras de sí los rugidos de las fieras, amansándose su carácter, volviendo a ser otra vez aquel niño al que su abuelo llevó por primera vez al circo.
Antonio Castaño
La panadera
Juana, la panadera, cerró su tienda y se encaminó a las afueras del pueblo, a recoger el panal de sus abejas, situado en la alta meseta.
Era una tarde plomiza, llena de matices de grises sus cielos. Iba pensando en su labor en esta tierra cual semejanza tenía con sus abejas, haciendo al igual que ellas... aportando su trabajo para la comunidad, como un mandato para crear su colmena, su piedra para la gran catedral que será la labor de cada una de ellas, aunque no se sepa quien fue el autor por quien fue hecha a través de largos tiempos.
Imbuida en sus pensamientos su pie tropezó con una calavera, se arrodillo en el suelo, retiró la tierra y la cogió en sus manos, se la asemejó a una cebolla a la que se le habían retirado sus capas, sin piel, sin ocultamiento mostraba la desnudez de su esencia, sin el espíritu que habitó en ella y al igual que la cebolla hace llorar la visión de esta hizo que sus ojos se llenasen de lágrimas.
¿Quién era? Se preguntó a sus adentros porque profunda era Juana, y la tarde se prestaba a ello.
En la gran extensión de tierra, ella y la calavera bajo los altos y grises cielos, como perdida y sola en el desierto. La alzó en sus manos contra el cielo y un rayo de luz iluminó los huesos. También iluminó su pensamiento... el hombre que fue muerto, en una dura batalla en los campos abiertos, en la lucha de la vida fue vencido por el yelmo. Pero en la tierra permanecían sus huesos como recordatorio de su hazaña en la infinidad del tiempo... La labor estaba hecha, aunque no su recuerdo. Solo quedó su calavera como una piedra aportada a la gran construcción del templo.
M. Carmen Alonso Huerta
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