Hablamos de la presencia de la lluvia en las canciones tradicionales, de recuerdos de infancia asociados a la lluvia, de cómo las palabras nos empapan, de lo diferente que es la lluvia cuando es deseada o cuando es inesperada, de lo importante que supone mojarnos en las situaciones sociales que demandan nuestro compromiso.
Primero llenamos la mirada de lluvia. Y en esa labor nos ayudaron algunos pintores:
Seascape Study with Rain Cloud de Constable
Calveros de flores después de la lluvia de Kandinsky
Camposanto en la lluvia de Van Gogh
Paisaje con lluvia de Kandinsky
Snow Storm de Turner
Viajeros en la lluvia de Hiroshige
Después empapamos bien las palabras en lluvia. Neruda y Borges nos ayudaron con sus poemas:
La lluvia
Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto
Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.
Jorge Luis Borges
Llueve
Llueve
sobre la arena, sobre el techo
el tema
de la lluvia:
las largas eles de la lluvia lenta
caen sobre las páginas
de mi amor sempiterno,
la sal de cada día:
regresa lluvia a tu nido anterior,
vuelve con tus agujas al pasado:
hoy quiero el espacio blanco,
el tiempo de papel para una rama
de rosal verde y de rosas doradas:
algo de la infinita primavera
que hoy esperaba, con el cielo abierto
y el papel esperaba,
cuando volvió la lluvia
a tocar tristemente
la ventana,
luego a bailar con furia desmedida
sobre mi corazón y sobre el techo,
reclamando
su sitio,
pidiéndome una copa
para llenarla una vez más de agujas,
de tiempo transparente,
de lágrimas.
Pablo Neruda
Y cerramos con un microrrelato en el que un pequeño detalle meteorológico tiene una enorme trascendencia:
Amor de lluvia
Siempre he amado la lluvia.
Aquella mañana de sábado, las gotas recorrían su frente tras resbalar de su pelo rubio, hasta alcanzar ese ardiente escote y morir en sus volcanes. Luego de esquivar un último charco, nos secamos la lluvia bajo sus sábanas rosas, envueltos en la melodía del agua contra sus cristales.
Ya sólo me restaba concretar mi coartada para evitar las sospechas y preguntas de mi mujer. En mi móvil, yo guardaba fotos de comidas y cenas de trabajo, así como de mi oficina. Como únicas premisas: nada de selfies (mi pelo, barba e indumentaria podrían indicar que la foto no fue tomada en tiempo real), ni de relojes ni calendarios. Para la ocasión, escogí una foto interior de mi oficina, y le añadí el texto “finalizando inesperadas tareas de un aburrido sábado”, justo antes de enviarla a mi querida esposa. Inmediatamente, borré la imagen para no volver a utilizar esa misma en el futuro. Las nuevas tecnologías podían ser las cadenas que me mantenían localizado y controlado, pero también la herramienta para evitar esa condena.
Al llegar a mi casa, la encontré vacía. Mi mujer no respondía mis llamadas y mensajes. Ni una nota, ni una pista… salvo el ordenador encendido.
Desbloqueé la pantalla, y apareció la foto que yo le había enviado a su móvil. A esa escala, se apreciaban mejor los detalles: montañas de papeles ordenados sobre mi mesa, un teléfono, bolígrafos, la parte posterior de mi monitor… y en la esquina superior derecha de la imagen, una esquina inferior izquierda… ¿de qué?
Al ampliar la foto, en esa zona se distinguía una mínima fracción de una pequeña ventana. Mostrando un cielo rabiosamente azul y ajeno a la belleza de la lluvia que había empapado el día sin conceder un respiro.
Siempre he amado la lluvia. Hasta ese maldito sábado en que me costó un divorcio.
Pedro J. Martínez
Calados de palabras hasta los huesos nos preguntamos finalmente si tenía razón Borges cuándo decía que la lluvia es algo que sucede en el pasado. Y la voz de El Cabrero rompió a llover:
Propuesta de escritura
Propusimos como tarea trabajar con diez palabras relacionadas con el término "nube" y con las ilustraciones que Elena Odriozola hizo para el libro UR: LIBRO DE LLUVIA, con Juan Kruz Igerabide y Oihane Igerabide publicado por Cénlit Ediciones
Y estos son algunos de los trabajos enviados hasta ahora:
Llora el cielo en dulces gotas
La tarde de Noviembre, de ese otoño plomizo, hizo llorar al cielo y el olor de la tierra mojada despertó en Amelí las ganas de asomarse a la ventana. Abandonó el brasero y tomando aquel viejo bombín de fieltro gris salió a la calle para meter sus ya húmedos pies en todos y cada uno de los charcos.
Comenzó a jarrear. Empapadas ya sus ropas y su pelo, recordó lo mucho que la abuela amaba aquella lluvia. Entonces, volviendo su bombín como si de una palangana se tratara, quiso llenarlo todo. De su cara caían intensas y orgullosas las gotas. Ya llena de agua la improvisada vasija, se la llevó a la abuela. La anciana sonrió mientras de sus mejillas se escapaban las lágrimas.
Sonsoles Palacios
Lluvia
Lluvia lenta que mojas recuerdos remotos
que albergas abrazos ausentes.
Lluvia calma que empapas inviernos letargos
que riegas caricias recientes.
Lluvia suave que calas por dentro momentos
que limpias por fuera presentes.
Lluvia fuerte que mojas y albergas
que empapas y riegas
que calas y limpias
arrastra contigo remotos ausentes
recientes letargos
momentos presentes.
Sonsoles Palacios Vaquero “Lluvia de Noviembre”
Cuando cae la lluvia
Cuando cae la lluvia
en las tardes de invierno
el olor de la tierra mojada
nos devuelve el silencio
recordando los días de aguacero
… los charcos… los truenos…
el helor de ese viento en la noche
… los pies al brasero.
Cuando cae la lluvia en la tarde
mojando el recuerdo
una madre le canta a la luna
nanas en secreto
mientras sola se queda la noche
dormida en el lecho.
Sonsoles Palacios Vaquero
“Lluvia de Noviembre”
Serena queda la tarde, después de estruendo
Limpidez, la envuelve el silencio.
Ha amainado, un rayo de sol a cruzado el cielo.
Es hora de salir a su encuentro de sentir la lluvia que mágicamente queda como suspensa en el aire. Sobre mí gotas chispeantes.
Me cala por fuera y por dentro, envuelta en suave brisa, me fascina me purifica.
La recojo en mis manos a modo de cuenco (Bombín al revés vuelto)
La beso y después la bebo, para no olvidar el recuerdo que la complicidad de la tierra y el cielo, me envía de allá a lo lejos. Del mar de los sentimientos, que vuelven y se precipitan en mí y sobre la tierra sedienta a la cual sacia de bien, cuando llega a su debido tiempo.
La fructifica la próspera y hace exhalar el grano sembrado, en los surcos labrados.
La cosecha, de la labor de las manos .
M. Carmen Alonso Huerta
Lluvia de otoño
Si tuviera que escoger entre todas las lluvias, a pesar de ser una empresa difícil, me quedaría con la lluvia de otoño.
Por lo general, el verano le pasa el testigo del campo al otoño en un estado lamentable. Ver por la mañana, las nubes blancas de algodón cómo las iba sombreando el viento del sur, convirtiéndose poco a poco en negros nubarrones, son una de las imágenes mejor guardadas en el archivo de la memoria. Si el viento no cambiaba, al llegar la tarde empezaría la lluvia a caer y con ella el olor a tierra mojada, que llevaría de nuevo a los campos sedientos la vida.
Por lo general, llovía a cántaros, formándose rápidamente abundantes charcos donde el tamaño de los gorgoritos nos indicaba la intensidad de las precipitaciones.
A medida que iba escampando por un extremo, por el otro se formaba un espectacular arco iris, que nos anunciaba que ya podíamos salir a chapotear con las katiuskas en los charcos de agua embarrada, que pronto convertíamos en un barrizal.
Antonio Cataño Moreno
El perro mojado
Las lágrimas me escogieron a mí, en realidad yo quería huir de ellas. En cuanto vi caer las primeras gotas en la ventana sabía que otras gotas mojarían el cristalino de mis ojos.
Después vendría la oscuridad de los días de invierno. El sol se asoma un poco para luego seguir corriendo por su elipse, al ritmo rutinario de las estaciones.
Da igual si me escondo bajo la manta y abro el libro de cuentos con ilustraciones de colores. Comienzan a teñirse de diferentes grises y negros en cuanto llega la lluvia. Transformando por completo los argumentos y los dibujos. Y ya es otro libro.
En mi mente aparece, como si fuera ayer, mis katiuskas rojas en los charcos, la presa hecha con barro que frenaba las aguas precipitadas hacía el final de la calle. Y la imagen de aquel perro empapado, muerto de frio y asustado por los truenos, que llegó de alguna parte para quedarse.
Hasta que la lluvia volvió a buscarlo y se lo llevó para siempre. Esta vez, más mojado por mis lágrimas.
Sara Diego
Serena queda la tarde, después de estruendo
Limpidez, la envuelve el silencio.
Ha amainado, un rayo de sol a cruzado el cielo.
Es hora de salir a su encuentro de sentir la lluvia que mágicamente queda como suspensa en el aire. Sobre mí gotas chispeantes.
Me cala por fuera y por dentro, envuelta en suave brisa, me fascina me purifica.
La recojo en mis manos a modo de cuenco (Bombín al revés vuelto)
La beso y después la bebo, para no olvidar el recuerdo que la complicidad de la tierra y el cielo, me envía de allá a lo lejos. Del mar de los sentimientos, que vuelven y se precipitan en mí y sobre la tierra sedienta a la cual sacia de bien, cuando llega a su debido tiempo.
La fructifica la próspera y hace exhalar el grano sembrado, en los surcos labrados.
La cosecha, de la labor de las manos .
M. Carmen Alonso Huerta
Lluvia de otoño
Si tuviera que escoger entre todas las lluvias, a pesar de ser una empresa difícil, me quedaría con la lluvia de otoño.
Por lo general, el verano le pasa el testigo del campo al otoño en un estado lamentable. Ver por la mañana, las nubes blancas de algodón cómo las iba sombreando el viento del sur, convirtiéndose poco a poco en negros nubarrones, son una de las imágenes mejor guardadas en el archivo de la memoria. Si el viento no cambiaba, al llegar la tarde empezaría la lluvia a caer y con ella el olor a tierra mojada, que llevaría de nuevo a los campos sedientos la vida.
Por lo general, llovía a cántaros, formándose rápidamente abundantes charcos donde el tamaño de los gorgoritos nos indicaba la intensidad de las precipitaciones.
A medida que iba escampando por un extremo, por el otro se formaba un espectacular arco iris, que nos anunciaba que ya podíamos salir a chapotear con las katiuskas en los charcos de agua embarrada, que pronto convertíamos en un barrizal.
Antonio Cataño Moreno
El perro mojado
Las lágrimas me escogieron a mí, en realidad yo quería huir de ellas. En cuanto vi caer las primeras gotas en la ventana sabía que otras gotas mojarían el cristalino de mis ojos.
Después vendría la oscuridad de los días de invierno. El sol se asoma un poco para luego seguir corriendo por su elipse, al ritmo rutinario de las estaciones.
Da igual si me escondo bajo la manta y abro el libro de cuentos con ilustraciones de colores. Comienzan a teñirse de diferentes grises y negros en cuanto llega la lluvia. Transformando por completo los argumentos y los dibujos. Y ya es otro libro.
En mi mente aparece, como si fuera ayer, mis katiuskas rojas en los charcos, la presa hecha con barro que frenaba las aguas precipitadas hacía el final de la calle. Y la imagen de aquel perro empapado, muerto de frio y asustado por los truenos, que llegó de alguna parte para quedarse.
Hasta que la lluvia volvió a buscarlo y se lo llevó para siempre. Esta vez, más mojado por mis lágrimas.
Sara Diego
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